Por Evangelina Aguilera
En esta nota, el autor habla acerca de la tradición de la poesía en prosa y de cómo la literatura se embarca en el difícil cometido de llegar a la esencia de las cosas, el ideal platónico. Más adelante, en esta misma sección, se puede leer un poema perteneciente al libro “La Máquina de las alegorías”.
Claudio Archubi es marplatense, doctor en Física y es docente de la UBA. Colabora con revistas literarias del país y del exterior. Ha participado en varios festivales internacionales de poesía en el país y en el exterior. Columnista de poesía en el programa Moebius de la FM: arinfo.com.ar. Mención única de honor en el concurso de poesía de la editorial Ruinas Circulares (2012) y menciones en cuento y poesía (2014). Publicó “La forma del agua” (cuentos, editorial de la Universidad de La Plata, 2010), “Siete maneras de decir tristeza” (poemas en prosa, Lima, 2011), “Sísifo en el Norte” (poemas en prosa, editorial Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2012), “La casa sin sombra” (poema en prosa, Buenos Aires, 2014), “La ciudad vacía” (editorial Trópico Sur, Uruguay, 2015). A propósito de “La Máquina de las alegorías” (poemas en prosa, editorial Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2016), concedió esta entrevista.
-En nuestro país no existe una tradición fuerte y continuada en el formato del poema en prosa, si bien aparecen textos en la obra de Borges, Girondo, Pellegrini, Cortázar, Pizarnik y otros grandes escritores, que podrían clasificarse dentro de esta línea. El canon parece apuntar siempre en otra dirección. ¿Cuál es el lugar del poema en prosa en la actualidad?
-La respuesta es simple. La gran literatura va más allá de los límites territoriales. Partamos de la cuestión de pensar la literatura no en términos de géneros, tampoco de países, ni siquiera de cánones. Hagamos como Platón cuando se preguntó por la cosa desnuda, desprovista de categorías. La gran literatura es en cierto aspecto un intento del lenguaje por entrar en la cosa desnuda. Aquello que por vía de la ciencia no se alcanza, puede tocarse por vía de la poesía. Preguntemos ahora lo siguiente: ¿Es necesario que para tocar esa zona escribamos con métrica, en verso libre o en prosa, en formato coloquial o en formato neutro? Bajo estas luces, te darás cuenta que esta pregunta suena superflua.
Como dice la escritora María Negroni: “Así la escritura busca siempre lo mismo: rebelarse contra el automatismo y las petrificaciones del discurso, que cancelan el derecho a la duda, limitando a las criaturas el acceso a su propia inadecuación”. De ese modo y no de otro, produce, con suerte, estampas del desacomodo. Por otro lado, la escritura del poema en prosa está siempre vigente. En Argentina, pensemos, sin ir más lejos, en la obra del recientemente fallecido
Arnaldo Calveyra, escrita casi en su totalidad en este formato. Pensemos en el trabajo de la misma María Negroni, que ahora dirige en Buenos Aires una maestría en escritura creativa orientada a borrar los límites del género en la escritura.
-Hablás de entrar en la zona de lo real como la cosa en sí. Pero durante el siglo XX se ha roto la confianza en el lenguaje. Se ha roto el puente entre las palabras y las cosas. ¿Qué le queda por decir al escritor? ¿Qué consejo le darías a alguien que empieza a escribir en el siglo XXI?
-Todo está dicho, todo por decirse. Escribamos como si se pudiera tocar la nada. Insisto ahora con el tema del poema en prosa.
-Algunos escritores sienten que al escribir en prosa se pierde algo, la música del verso. ¿Qué dirías al respecto?
-La música es como el concepto físico de la energía. No se pierde sino que se transforma. El poema en prosa no está exento de música. La música del poema en prosa no obedece a una métrica ni a la escansión del verso sino al ritmo mismo de la frase, de los párrafos, de los renglones vacíos, de los silencios y también a la sonoridad de las palabras, a la intensidad del sentido y a los ecos que el sentido deja en el lector. El sentido sería algo así como la energía potencial de un péndulo en física, que se transforma en movimiento, el de los significados, cuando interviene el lector. Entre el sentido y los significados oscila la música del poema en prosa.
-Tu último libro, “La Máquina de las alegorías”, publicado recientemente por la editorial Buenos Aires Poetry, asociada a la revista que lleva el mismo nombre, ¿va en esa dirección?
-Todo lo que he escrito explora el territorio del poema en prosa y sus zonas aledañas. En particular, en mi último libro intento tensar los límites del poema en prosa hacia el discurso filosófico o científico, entrecruzado por mis vivencias personales. En cuanto al ritmo, sabemos que su característica distintiva es la repetición. Puede decirse que hay un ritmo común a todos los textos de mi libro.
También apuesto como en mis otras publicaciones, a lo que me gusta bautizar como “ritmo estructural”, una estructura compartida que unifica la colección de textos y que en este último libro se repite a pequeña escala y a gran escala, un concepto muy común en física, y que en literatura ha recibido el nombre de “puesta en abismo”. Pensemos en la rama y sus brotes, por ejemplo, y luego pensemos en el árbol y sus ramas. Y luego, en el bosque.
-Tu libro tiene un formato nunca visto en un libro de poesía. ¿Trasmite el vértigo de una maquinaria monstruosa?
-El lenguaje suele serlo, el sistema social suele serlo, la naturaleza misma suele serlo. Pero es una maquinaria que no funciona en forma determinista, está rota, así como la naturaleza no obedece a la lógica clásica. Entre las fisuras se abisma nuestra posible libertad.